Es un programa cuidado hasta el detalle que se llama KiVa, un acrónimo sencillo, y casi pegadizo, de dos palabras finlandesas Kiusaamista Vastaan (contra el acoso escolar). Con esta iniciativa, Finlandia está logrando frenar el acoso escolar y el ciberbullying en sus aulas. Implantado ya en el 90% de los colegios de educación básica su éxito ha resultado tan arrollador que contar, o no, con este proyecto ya es un requisito que muchos profesores y alumnos tienen en cuenta a la hora de elegir y valorar un centro educativo donde trabajar o estudiar.
KiVa surgió de un serio compromiso entre la comunidad educativa y el gobierno finlandés. Tras una década de no lograr acabar con los casos de acoso escolar y de ciberbullying entre los estudiantes, llegó un momento en que el entonces ministro de Educación, Antti Kalliomäki, se planteó seriamente atajar el problema y habló con un grupo de investigadores de la Universidad de Turku que llevaba 25 años estudiando las relaciones entre los niños. Un año después, en 2007, arrancó el programa KiVa, financiado por el propio Gobierno, y diseñado por este equipo.
Casos de acoso que desaparecieron
«El proyecto se fue poniendo en marcha aleatoriamente en los colegios finlandeses», cuenta Christina Salmivalli, profesora de Psicología en Turku y una de las creadoras de KiVa. La universidad realizó, unos años después, un estudio para evaluar cómo se iba desarrollando el programa. Los resultados fueron espectaculares. «Fue el mayor estudio realizado en Finlandia. Participaron 234 centros de todo el país y 30.000 estudiantes de entre 7 y 15 años. KiVa había logrado reducir todos los tipos de acoso en los colegios. Los casos de acoso escolar desaparecieron en el 79% de las escuelas y se redujeron en el 18%», explica la profesora.
A diferencia de otros modelos que se centran exclusivamente en la víctima y el acosador, «KiVa intenta cambiar las normas que rigen el grupo —indica la profesora—. Dentro del grupo están los otros, esas personas que no acosan, que observan, que son testigos y que se ríen. A través de esa comunicación no verbal transmiten el mensaje de que lo que pasa es divertido o está bien, aunque tengan una opinión diferente. No hay que cambiar la actitud de la víctima, para que sea más extrovertida o menos tímida, sino influir en los testigos. Si se consigue que no participen en el acoso, eso hace cambiar la actitud del acosador. El objetivo es concienciar de lo importante de las acciones del grupo y empatizar, defender y apoyar a la víctima».
El contenido
Y así se sigue en el programa. Los estudiantes reciben una veintena de clases a los 7, 10 y 13 años para reconocer las distintas formas de acoso y mejorar la convivencia. Hay diez lecciones y trabajos que se realizan durante todo el curso académico sobre el respeto a los demás, la empatía... Cuentan con material de apoyo: manuales para el profesor, videojuegos,un entono virtual, reuniones y charlas con los padres... «Detectamos que muchos niños víctimas no contaban su caso. Así que añadimos un buzón virtual. De esta forma, pueden denunciar si son víctimas o testigos y nadie lo sabe», cuenta Christina Salmivalli. Para hacerse una idea, KiVa establece que los vigilantes del recreo usen chalecos reflectantes para aumentar su visibilidad y para recordar a los alumnos que su tarea es ser responsables de la seguridad de todos.
En cada colegio hay un equipo KiVa, formado por tres adultos que se ponen a trabajar en cuanto tienen conocimiento de un caso de acoso escolar o ciberbullying en el centro. «Primero actúan como filtro, para reconocer si es un acoso sistemático o algo puntual. Después se reúnen con la víctima para dale apoyo, ayudarla y tranquilizarla. También hablan con los acosadores para que sean conscientes de sus acciones y las cambien», indica.
La profesora Salmivalli está dando a conocer el programa en otros países y buscando socios-colaboradores para extenderlo. El proyecto ya ha merecido reconomientos internacionales y se ha exportado a Reino Unido, Francia, Bélgica, Italia, Suecia, Estados Unidos... ofreciendo también resultados muy esperanzadores. Se ha comprobado que el acoso escolar ha disminuido entre un 30 y 50% en esos países durante el primer año de implantar KiVa. En España, algunos colegios y organizaciones ya se han interesado por esta iniciativa. «Nosotros no podemos atender individualmente a las escuelas de todo el mundo que nos escriben. Necesitamos —concluye la profesora— que en cada país exista una organización encargada de extender el proyecto, con socios locales que aporten una inversión para la traducción del programa, para pagar la licencia del desarrollo de KiVa y el sueldo de una coordinadora internacional».
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